
Fotos y relato de Jaime Atria
“There are nine million bycicles in Beijing…” canta Katty Melúa. Y aunque no estoy en Beijing sino en Hanoi, el trayecto en taxi desde el aeropuerto a la ex capital de Vietnam me hace pensar que la letra de esa canción se quedó corta. Aquí moverse en auto es una odisea. Los ciclistas ocupan las calles de una acera a la otra y no tienen apuro alguno. Sólo el constante bocineo de los taxis permite que se abra un espacio que se cerrará en un segundo y se volverá abrir sólo al sonido de otras bocinas. Pero Vietnam, Camboya y Myanmar, son fascinantes para aquellos que, como yo, buscan en el turismo eso que no encontrarán en las grandes capitales de Occidente. Sorpresa, aventura, costumbres, paisajes, gastronomía y cultura que parecen de otro planeta. Vietnam es sorprendente en cada esquina. Asombra adentrarse en los mercados llenos de personajes que uno sólo ha visto en fotografías de otra época. Hombrecitos cargando sobre sus hombros el bambú del cual cuelga su mercancía como en una balanza. “Chinitos” durmiendo en las aceras con su cabeza cubierta por su típico sombrero de paja. Mujeres en cuclillas con su bebé colgando en una improvisada bolsa sobre sus espaldas. Mujeres de una belleza distinta a la de sus vecinas de Camboya o Myanmar. Las vietnamitas se mueven cadenciosas en sus bicicletas, con la espalda erguida, su cabeza cubierta con sombreros o pañuelos y sus manos enguantadas aunque hagan treinta grados de calor. Para ellas, ser más blancas que sus vecinas, es el mayor símbolo de belleza y, por eso, protegen del sol toda la piel que queda a la vista. Las mujeres de Myanmar en cambio, cubren su rostro con un extraño polvo que consiguen al raspar una tabla de madera amarilla. Y sus dientes son intencionalmente rojos gracias al jugo de una fruta que los tiñe como anilina dándoles un aspecto que, para los ojos de un occidental, más que belleza es una expresión salvaje, como la de un tigre que acaba de dar cuenta de su presa favorita. Si vienes por estos lados tienes que estar preparado para sacarte los zapatos y arrodillarte varias veces al día. Además de las bicicletas, estos países tienen en común los templos y pagodas que hacen tributo a Buda o Confucio. Son cientos, quizás miles de templos que se aparecen en las esquinas, y maravillan formando inmensas ciudades misteriosas, aisladas, místicas y sorprendentes.
“There are nine million bycicles in Beijing…” canta Katty Melúa. Y aunque no estoy en Beijing sino en Hanoi, el trayecto en taxi desde el aeropuerto a la ex capital de Vietnam me hace pensar que la letra de esa canción se quedó corta. Aquí moverse en auto es una odisea. Los ciclistas ocupan las calles de una acera a la otra y no tienen apuro alguno. Sólo el constante bocineo de los taxis permite que se abra un espacio que se cerrará en un segundo y se volverá abrir sólo al sonido de otras bocinas. Pero Vietnam, Camboya y Myanmar, son fascinantes para aquellos que, como yo, buscan en el turismo eso que no encontrarán en las grandes capitales de Occidente. Sorpresa, aventura, costumbres, paisajes, gastronomía y cultura que parecen de otro planeta. Vietnam es sorprendente en cada esquina. Asombra adentrarse en los mercados llenos de personajes que uno sólo ha visto en fotografías de otra época. Hombrecitos cargando sobre sus hombros el bambú del cual cuelga su mercancía como en una balanza. “Chinitos” durmiendo en las aceras con su cabeza cubierta por su típico sombrero de paja. Mujeres en cuclillas con su bebé colgando en una improvisada bolsa sobre sus espaldas. Mujeres de una belleza distinta a la de sus vecinas de Camboya o Myanmar. Las vietnamitas se mueven cadenciosas en sus bicicletas, con la espalda erguida, su cabeza cubierta con sombreros o pañuelos y sus manos enguantadas aunque hagan treinta grados de calor. Para ellas, ser más blancas que sus vecinas, es el mayor símbolo de belleza y, por eso, protegen del sol toda la piel que queda a la vista. Las mujeres de Myanmar en cambio, cubren su rostro con un extraño polvo que consiguen al raspar una tabla de madera amarilla. Y sus dientes son intencionalmente rojos gracias al jugo de una fruta que los tiñe como anilina dándoles un aspecto que, para los ojos de un occidental, más que belleza es una expresión salvaje, como la de un tigre que acaba de dar cuenta de su presa favorita. Si vienes por estos lados tienes que estar preparado para sacarte los zapatos y arrodillarte varias veces al día. Además de las bicicletas, estos países tienen en común los templos y pagodas que hacen tributo a Buda o Confucio. Son cientos, quizás miles de templos que se aparecen en las esquinas, y maravillan formando inmensas ciudades misteriosas, aisladas, místicas y sorprendentes.
Templos colosales, con estatuas de Buda de varios metros de alto, y pagodas pequeñas en cuyo interior el humo del incienso hace sentir extasiado, converso, casi santo. Templos como los que hay en Angkor Wat, que son ciudades enterradas bajo las raíces de enredaderas gigantes, que los abrazan como queriendo llevárselos y protegerlos de la destrucción del hombre ante la vista y paciencia de los cientos de monjes que se pasean silenciosamente por ellos, con sus túnicas naranjas, blancas, granate o amarillas.
Pero no sólo el incienso, las pagodas y sus Budas sorprenden en este lejano rincón del mundo. Sus paisajes también llevan a lugares que ante los ojos se manifiestan como dibujos chinos donde las montañas se asoman entre las nubes, o sembradíos de arroz con sus campesinos descalzos revolviendo las piscinas rectangulares junto a un buey de otra calaña.
Dentro de estos paisajes, y volviendo nuevamente a Vietnam, destaca Halong Bay. Con sus inmensas rocas flotantes que más se asemejan a transatlánticos fantasmas petrificados en el medio de un océano calmo, cubierto a veces por una neblina baja que le da un aire misterioso a las innumerables rocas.
Y por supuesto también la gastronomía es peculiar en estas latitudes. Si bien el arroz y los porotos negros hacen que su dieta se asemeje en algo a la de los países del Caribe, la dieta aquí incluye culebras, anguilas y otros animales, especias y verduras que, solo quienes buscan aventura, incluso en la cocina, podrán atreverse a probar.
Pero no sólo el incienso, las pagodas y sus Budas sorprenden en este lejano rincón del mundo. Sus paisajes también llevan a lugares que ante los ojos se manifiestan como dibujos chinos donde las montañas se asoman entre las nubes, o sembradíos de arroz con sus campesinos descalzos revolviendo las piscinas rectangulares junto a un buey de otra calaña.
Dentro de estos paisajes, y volviendo nuevamente a Vietnam, destaca Halong Bay. Con sus inmensas rocas flotantes que más se asemejan a transatlánticos fantasmas petrificados en el medio de un océano calmo, cubierto a veces por una neblina baja que le da un aire misterioso a las innumerables rocas.
Y por supuesto también la gastronomía es peculiar en estas latitudes. Si bien el arroz y los porotos negros hacen que su dieta se asemeje en algo a la de los países del Caribe, la dieta aquí incluye culebras, anguilas y otros animales, especias y verduras que, solo quienes buscan aventura, incluso en la cocina, podrán atreverse a probar.