Texto y fotos de Jaime Atria.
Me confieso un fanático de San Pedro de Atacama y sus alrededores. Debo haber aterrizado por esos lares unas cinco o seis veces. Demasiado para el desierto más árido del planeta dirán algunos. Demasiado para un lugar en el que uno se siente parte de la tierra, cubierto por la tierra, reseco como la tierra.
Quizás.
Lo cierto es que algo de mágico debe tener San Pedro para que muchas personas decidan visitarlo más de una vez, viniendo incluso de continentes alejados por miles de kilómetros y horas de vuelo.
Volví a San Pedro de Atacama este año con la firme convicción de conocer lugares nuevos. De adentrarme en sus montañas a 4200 metros de altura. De descubrir nuevos salares y lagunas, más allá de las preciosas laguna Chaxa y laguna Céjar. Más allá del valle de la Luna. Y tan alto como los sorprendentes Geisers del Tatio.
Quizás.
Lo cierto es que algo de mágico debe tener San Pedro para que muchas personas decidan visitarlo más de una vez, viniendo incluso de continentes alejados por miles de kilómetros y horas de vuelo.
Volví a San Pedro de Atacama este año con la firme convicción de conocer lugares nuevos. De adentrarme en sus montañas a 4200 metros de altura. De descubrir nuevos salares y lagunas, más allá de las preciosas laguna Chaxa y laguna Céjar. Más allá del valle de la Luna. Y tan alto como los sorprendentes Geisers del Tatio.
Así fue que me animé en una cuatro por cuatro a llegar hasta las lagunas de Miscanti y Miñique. Y pasando el pueblito de Socaire seguí subiendo hasta el Salar de Aguas calientes y Piedras Rojas en el Salar de Talar. Y seguí subiendo hasta la laguna Cayajta y temí apunarme o perderme entre los cerros desérticos y multicolores.
Pero nada de eso pasó, por el contrario, me sorprendí por la belleza de estos parajes nuevos para mí, con aguas de un color intenso como el azul del mar en las lagunas Miscanti y Miñique, y de un calipso pálido en la laguna Cayajta y el Salar de Aguas Calientes. Aguas rodeadas de sal blanca y habitadas por los indiferentes flamencos que aquí son algo más rosados que sus parientes de la laguna Chaxa.
Pero nada de eso pasó, por el contrario, me sorprendí por la belleza de estos parajes nuevos para mí, con aguas de un color intenso como el azul del mar en las lagunas Miscanti y Miñique, y de un calipso pálido en la laguna Cayajta y el Salar de Aguas Calientes. Aguas rodeadas de sal blanca y habitadas por los indiferentes flamencos que aquí son algo más rosados que sus parientes de la laguna Chaxa.
Aprendí que las distancias en el desierto se hacen cortas por sus caminos extensos y solitarios. Que no hay que temer a perderse porque sin vegetación los caminos se ven claros y bien señalizados. Que haber esperado tantas visitas para aventurarme a nuevos parajes le dio a mi viaje un aire nuevo y más motivos para seguir volviendo.
Reconozco que no pude resistirme a la tentación de volver a los Geisers del Tatio y su enigmático paisaje. Que volví nuevamente a la laguna Chaxa para mirar el atardecer en su inmensidad acompañado de sus flamencos. Y que pasé una vez mas por el Valle de la Luna para sorprenderme otra vez con sus formaciones salinas, su paisaje lunar y sus estatuas de sal.
Y al terminar cada jornada, me sentí extranjero en mi propia tierra rodeado de los idiomas incomprensibles de los turistas de distintos continentes y países que conversan animadamente cada tarde en el Adobe, la Estaca, la Casona, el Blanco, o a la Piedra los restaurantes en que pude descansar mi humanidad, disfrutar de su deliciosa gastronomía y volver a viajar una vez más, revisando las fotos capturadas en cada lugar mágico visitado durante el día.
Reconozco que no pude resistirme a la tentación de volver a los Geisers del Tatio y su enigmático paisaje. Que volví nuevamente a la laguna Chaxa para mirar el atardecer en su inmensidad acompañado de sus flamencos. Y que pasé una vez mas por el Valle de la Luna para sorprenderme otra vez con sus formaciones salinas, su paisaje lunar y sus estatuas de sal.
Y al terminar cada jornada, me sentí extranjero en mi propia tierra rodeado de los idiomas incomprensibles de los turistas de distintos continentes y países que conversan animadamente cada tarde en el Adobe, la Estaca, la Casona, el Blanco, o a la Piedra los restaurantes en que pude descansar mi humanidad, disfrutar de su deliciosa gastronomía y volver a viajar una vez más, revisando las fotos capturadas en cada lugar mágico visitado durante el día.