Fotos Gentileza Jaquet Droz
Especializados en complicaciones y con el foco en la estética que en el siglo XVIII estremeció a la monarquía, la casa suiza presenta dos nuevos modelos cuyo leit motiv es el tourbillon.
La historia comienza en 1738, cuando el suizo Pierre Jaquet Droz –un hombre minucioso, de exquisita sensibilidad y con un elevado sentido del arte y la estética– abre su primera manufactura relojera en La Chaux-de-Fonds. A poco andar gana reputación por sus diseños de original factura y decoración y, especialmente, por sus autómatas (la pianista, el dibujante y el escritor), contemplados con asombro por monarcas y emperadores de Europa, China, India y Japón. Así, los dignatarios se empeñaron en encargarle relojes concebidos especialmente para sus lujosas estancias, como es el caso de aquellos modelos que decoran el Palacio Real de Madrid.
La especialidad de Jaquet Droz eran las complicaciones relojeras. Por eso, en pleno siglo XXI, la marca rinde un nuevo tributo a su fundador combinando uno de sus modelos emblemáticos –el Grande Seconde– con una complicación considerada unánimemente como una obra maestra de la relojería y la precisión: el tourbillon. Un dispositivo capaz de liberar al movimiento del reloj de los efectos de la fuerza de gravedad, garantizándole una fiabilidad fuera de lo común.
Es de este modo como nace la línea Complication: La Chaux-de-Fonds, que cuenta con dos versiones: oro blanco y esfera con decorado Côtes de Genève, y oro rojo con esfera de esmalte Grand Feu engastada. En ambas se introdujo el tourbillon dentro de una jaula de cristal de zafiro, en el corazón del contador de segundos descentrado a las doce. El contador de horas y minutos, en tanto, está situado a las seis. Los números romanos y las finas agujas completan el cuadro discretamente refinado que Jaquet Droz ha convertido en su sello de fábrica.
Ambos modelos, disímiles sólo en los detalles antes mencionados, poseen una reserva de marcha de siete días y son resistentes al agua hasta los 30 metros de profundidad.