
Silencio en el Triángulo de Oro
Por Debbie Gaulin / Fotos © Fuenso
París tiene ese encanto que hace de cada uno de sus rincones, pequeños unos, majestuosos otros, un verdadero lugar especial. En uno de esos rincones, junto a Champs Elysées, vive en silencio y calma el Hotel Lancaster, en un exclusivo edificio construido en el año 1889, esencia de la más refinada cultura parisina. Una extensa y valiosa colección de arte y antigüedades francesas ofrecen un marco excepcional para nuestra estancia.
Hospes Lancaster nos da la bienvenida a un espacio de silencio en el centro de la ciudad luz, en el corazón del Triángulo de Oro, la zona conformada por la avenida Montaigne, George V y la calle François I.
La restauración de este antiguo edificio estuvo en manos de la hongkonesa Grace Leo-Andrieu en el año 1996, proceso que permitió conservar desde la obra pictórica de Boris Pastoukoff, uno de sus más excéntricos huéspedes pretéritos, hasta las valiosas piezas de anticuario de su propietario, Emile Wolf, como su colección de relojes de pared.
El jardín, un íntimo remanso de influencia japonesa, coloreado por lirios amarillos y azules, no muestra ni un atisbo del bullicio de Los Campos Elíseos que se encuentran a un paso, otra más de las razones por las que La Table du Lancaster, el restaurante del galardonado chef francés Michel Troisgros, se ha hecho merecedor de una estrella Michelin.
Entre sus 57 habitaciones, que incluyen 11 suites emplazadas alrededor del hermoso patio interior, destacan la suite Emile Wolf –homenaje al hotelero suizo que lo reconvirtió en referencia en los años 30–, la Honeymoon Lancaster y ésta en particular, la suite Marlene Dietrich, en donde la incomparable estrella viviera por casi 3 años, decorada con tonos morados. El ambiente art-déco adquiere cierto matiz oriental, tanto por la suavidad de los marfiles y jades y las exóticas sedas de la India como también por las acuarelas chinas que decoran las paredes. Una sensibilidad sutil, distinguida, ajena a estridencias y ostentación.
Por Debbie Gaulin / Fotos © Fuenso
París tiene ese encanto que hace de cada uno de sus rincones, pequeños unos, majestuosos otros, un verdadero lugar especial. En uno de esos rincones, junto a Champs Elysées, vive en silencio y calma el Hotel Lancaster, en un exclusivo edificio construido en el año 1889, esencia de la más refinada cultura parisina. Una extensa y valiosa colección de arte y antigüedades francesas ofrecen un marco excepcional para nuestra estancia.
Hospes Lancaster nos da la bienvenida a un espacio de silencio en el centro de la ciudad luz, en el corazón del Triángulo de Oro, la zona conformada por la avenida Montaigne, George V y la calle François I.
La restauración de este antiguo edificio estuvo en manos de la hongkonesa Grace Leo-Andrieu en el año 1996, proceso que permitió conservar desde la obra pictórica de Boris Pastoukoff, uno de sus más excéntricos huéspedes pretéritos, hasta las valiosas piezas de anticuario de su propietario, Emile Wolf, como su colección de relojes de pared.
El jardín, un íntimo remanso de influencia japonesa, coloreado por lirios amarillos y azules, no muestra ni un atisbo del bullicio de Los Campos Elíseos que se encuentran a un paso, otra más de las razones por las que La Table du Lancaster, el restaurante del galardonado chef francés Michel Troisgros, se ha hecho merecedor de una estrella Michelin.
Entre sus 57 habitaciones, que incluyen 11 suites emplazadas alrededor del hermoso patio interior, destacan la suite Emile Wolf –homenaje al hotelero suizo que lo reconvirtió en referencia en los años 30–, la Honeymoon Lancaster y ésta en particular, la suite Marlene Dietrich, en donde la incomparable estrella viviera por casi 3 años, decorada con tonos morados. El ambiente art-déco adquiere cierto matiz oriental, tanto por la suavidad de los marfiles y jades y las exóticas sedas de la India como también por las acuarelas chinas que decoran las paredes. Una sensibilidad sutil, distinguida, ajena a estridencias y ostentación.